martes, 11 de septiembre de 2012

Capítulo 4


                                     Imagen encontrada en Internet. ©Sus respectivos dueños. -Su uso es puramente ilustrativo.

Mi esposa me acompañó a la cita a medicina interna al Centro Médico. Al llegar nuestro turno pasamos y conocimos a la persona quien nos atendería. El médico era un hombrón de facciones rudas, portaba la bata blanca desabrochada y estaba sentado atrás de un pequeño escritorio, sobre éste descansaba una máquina de escribir la cual parecía un juguete en las manos de aquel señor. El consultorio era muy pequeño, casi claustrofóbico. Frente a la puerta yacía una mampara que separaba otro pequeño cuarto; al parecer era dónde se auscultaba a los enfermos, con su propia puerta del otro lado, la cual comenzaríamos a llamar, con el tiempo y mis constantes visitas a este tipo de consultorios, “la entrada de los doctores” ya que daba a un pasillo al que sólo los médicos tenían acceso. El médico nos cuestionó del motivo por el cual nos habían mandado con él, nosotros le explicamos mi intento fallido por donar sangre, mis análisis mostrando mi baja de hemoglobina, mi cita con el médico familiar y mi llegada hasta este momento.
—¿Y te hicieron más exámenes? —Me preguntó el galeno.
—Sí, el médico familiar me mandó a hacer unos.
—¿Y los traen consigo? Esto para evitarnos más “chupadas” de sangre, ya que, como dicen ustedes, de por sí ya no tienes, ahora si te sacamos más, estamos peor —rió.
Sonreí ligeramente y le extendí el papel con los resultados. El doctor los tomó, cruzó la pierna y se acomodó en su asiento plácidamente. Conforme los leía su expresión se agravó. Volteaba a verme sorprendido y luego volvía a ver los papeles que pendían de su mano. Ésta acción la repitió varias veces con semblante incrédulo. Al fin habló.
—¿Éstos son los resultados que te dieron?
—Sí —respondí.
—¿Y andas caminando? —Su pregunta se me hizo graciosa, generando una respuesta igual en mi cerebro:
“Pues, nomás véame”. Lógicamente no dije esto.
—Sí —fue la respuesta que le di seriamente.
El doctor volteó a ver los papeles y nuevamente pareció leerlos y una vez más me miró descreído.
—¿Te embrujaron?
Cuestionó el hombre. Su pregunta causó la risa de mi mujer y que yo me hiciera para atrás sin saber qué decir y con los ojos muy abiertos.
—¿No te quiere tu suegra y te embrujó o qué pasó aquí?
—No lo sé —respondí con una sonrisa. Se me hacía que sus preguntas eran una broma.
—Pues no entiendo cómo, con estos niveles de hemoglobina, puedes estar de pie. Esto es como para que ya estuvieras encamado y trasfundido. La verdad que no me lo explico —dejó caer los papeles al escritorio mientras negaba con la cabeza. Me preocupé un poco al escucharlo. Acto seguido, el doctor se acomodó para poder escribir en su máquina mientras me daba indicaciones de lo que se tendría que hacer.
—Te voy a escribir un pase a nefrología para que allí te revisen a ver qué sucede. Según estos análisis estás tirando la sangre por la orina, y esto es necesario que lo vea a profundidad el especialista.
Por algunos segundos estuvimos en silencio mientras terminaba de hacer los papeles, después me los dio y nos hizo las indicaciones de los pasos a seguir.
Dimos las gracias y salimos del consultorio. Ese mismo día arreglamos todo para obtener la cita concedida a la especialidad de nefrología; ahí me esperaba saber la mortal noticia acerca de mi enfermedad, una noticia que afectaría enormemente mi vida y la de mis seres queridos, y me gustara o no… Ya nada volvería a ser como antes.

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